Toda la locura encerrada en la Muralla de Lugo

Toda la locura encerrada en la Muralla de Lugo

Ocurrencias Delirantes

26 de octubre de 2013

OCURRENCIA DELIRANTE XXXIII

Lejos queda ya aquel frenopático bidimensional. Lejos quedan Germán, el doctor Fouce, las enfermeras, Margarita, Domingo, Leopoldo, Vicenta, Alicia y otros internos. Lejos quedan los pasillos, las ventanas y el muro que nos separaba de la calle. Lejos queda, por fin, ella.

De todo aquello sólo queda Green Walker. Y las sombras desaparecieron. Porque se trataba nada más que de eso: sombras en un papel en blanco. De ahí lo de las dos dimensiones, ese no era un delirio, como pensaban los doctores Fernández y Valle. El mundo que he presentado en estas ocurrencias delirantes no es otra cosa que las sombras que proyecta el señor Walker sobre el papel. Y varían según de donde venga la luz. Y varían también según qué posición toma el bueno de Walker. No ha sido más que un juego de sombras chinescas. Supongo que como sucede con la creación literaria. Sombras del autor.

Ha desaparecido el frenopático con todo su elenco de personal. Y las sombras sólo desaparecen cuando una luz más fuerte ilumina desde todos los puntos, o bien cuando desaparece la luz. Porque sin luz no hay sombras.

Paseo por el adarve de la Muralla de Lugo con un atuendo verde, otra vez. Miro el viejo peral, convencido de que mi amigo Antonio Machado ya se ha ido de ahí. No han vuelto a aparecer floraciones fuera de su tiempo. Aquel mundo en el que me vi inmerso se ha disipado como se disipa esa niebla tan habitual en esta ciudad con el sol de mediodía, quizá aún queden zonas bajo la niebla esperando salir al sol. Pero esto ya es otra cosa. Sí, aún queda algo de resentimiento después de tanto tiempo de sentimiento, pero eso también habrá de pasar, ya lo decía mi viejo amigo poeta:

Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre el mar.


Tiempo es de dejar el surco, aunque se llame adarve y salir a otros caminos, a otras veredas. Hay montañas y valles. Hay otras llanuras, un camino que lleva a Santiago, o a Fisterra, o a Muxía. Hay un mar inmenso y transitable. Y he decidido empezar a andar lejos ya de los muros de aquella locura y libre de aquella pasión.


He aprendido algo nuevo, aunque otro poeta amigo ya lo había dicho hace mucho tiempo:

Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan
con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos.
Yo sé muy pocas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos...
y sé todos los cuentos.


Eso decía Felipe Camino Galicia, también llamado León Felipe, el poeta de Tabara y de todas las partes. Creo que me voy a dedicar a destripar unos cuantos cuentos… Otro día.

14 de agosto de 2013

OCURRENCIA DELIRANTE XXXI

- Y… ¿hace mucho que está usted notando esto?, señor Walker
- Quizá un par de meses o así, doctor.
- Ya. He echado de menos sus comentarios en el blog
- La verdad, doctor, ya no se me ocurre nada que escribir. Todo parece tan lejano, tan irreal… Hasta usted me parece irreal, doctor. No se ofenda
- No, no… si lo entiendo. 

Hacía mucho tiempo que no hablaba con el doctor Fouce. Tiene razón, también hace tiempo que no escribo nada en el blog. Es como si todo este frenopático bidimiensional se estuviese diluyendo en la nada, como un chorro de colorante en una bañera de agua. En estos dos meses todo me parece absurdamente irreal. Y siento que ya no pertenezco a este mundo.

- Doctor, quiero irme de aquí.
- Aún no es el momento, señor Walker. Sí, creo que esto que me dice usted se corresponde con una mejoría importante de su patología, pero creo que aún es pronto para que usted pueda salir del hospital. Además su salida de aquí no sería por los cauces habituales.
- ¿Cómo dice?. Eso no lo entiendo.
- Si, verá. No va a necesitar que nosotros le demos el alta y le invitemos a salir del hospital, no. Creo que será… en fin, algo diferente. 
- ¿Diferente?
- Sí… quizá un día… pues eso… que usted abrirá los ojos y se dará cuenta de que ya no está aquí.
- ¿Como lo de la enfermera?
- Efectivamente, señor Walker, como lo de la enfermera.

Es algo curioso. No la he vuelto a ver. Pensé que la habían trasladado o que se había ido de aquí. Un día me atreví a preguntar. Primero haciéndome el sueco, “sí, hombre aquella enfermera delgada que…”. Pero no la conocían. Luego pregunté dando su nombre. Me dijeron que nunca había trabajado allí. Al principio, pensé que era una suerte de broma pesada que me estaba gastando el personal. Yo la había visto. Ella me había hablado. Incluso la vi reñir a Pelusa. Pues no. La respuesta era invariable: nunca había trabajado aquí. Nadie la conocía.

Un día hablé de ello con el doctor Fouce. Se quitó las gafas y me miró extrañado, pero lejos de responder a mi pregunta me hizo darle una serie de detalles. De cuál había sido mi relación con ella y demás. Revisó la historia y asintió. Le recordé que había estado presente en alguna de las entrevistas que habíamos mantenido. 

- No, señor Walker, siempre entrevisto a los pacientes en mi despacho a solas, no quiero que haya terceras personas, sólo cuando visito en las habitaciones a los enfermos más graves o con riesgo de agresión permito que haya personal presente. No, nunca estuvo nadie más que usted y yo en el despacho.

La entrevista de hoy me ha dejado muy descolocado y confuso. ¿Es posible que haya podido estar tan loco como para ver y oír cosas que no existen?. Y la respuesta de hoy me ha dejado muy inquieto a la vez que esperanzado. Tal vez nunca haya existido este frenopático. Tal vez nunca haya estado aquí. Tal vez todo haya sido una pesadilla.

Tampoco encuentro ya a Germán. No sé a dónde ha ido. Y lo más extraño, tampoco me importa lo más mínimo. Es raro… tanto tiempo juntos, escuchando sus extravagancias y sus salidas de tono de adolescente y ahora no lo echo de menos. Ni si quiera puedo decir desde cuándo falta. Igual que la enfermera. Un día me di cuenta de que hacía tiempo que no la veía por la planta. Y me dio igual. Pregunté por curiosidad, pero la respuesta de que no la conocían sí que me dejó desconcertado.
Pero ahora me entra miedo. ¿Qué va a ser de mí?. ¿A dónde voy a ir, lejos de este hospital?. ¿A qué voy a dedicar mi vida a partir de ahora si dejo atrás mi locura?. Mi locura… mi locura…

Mi desazón es aún mayor. Querido lector, quizá ésta sea una de las últimas entradas que edito en este blog. Porque ya no estoy seguro ni de mi nombre. ¿Green Walker?. Por qué Green Walker si no nací en Inglaterra ni mis padres son extranjeros. ¿Green Walker…?. Ese nombre ya está empezando a no decirme nada…

13 de mayo de 2013

OCURRENCIA DELIRANTE XXX


Hoy no ha sido un buen día. La mayor parte la he pasado en el sillón, ajeno al mundo y sus avatares, sumergido en una reiterada audición de la sexta sinfonía de Tchaikowski, la Patética; una verdadera joya de la que su propio autor había dicho “La quiero como no he querido nunca a ninguna de mis partituras… No exagero, toda mi alma está en esta sinfonía”. No es, desde luego, una sinfonía para momentos alegres. La había estrenado su propio autor a finales de octubre de 1893, nueve días más tarde, Tchaikowski moriría.


Se dicen muchas cosas sobre la muerte del Tchaikowski, todo apunta a un suicidio. Unos dicen que decidió beber agua contaminada durante una epidemia de cólera, otros que se envenenó. Se dice también que fue conminado a suicidarse ante el inminente estallido de un escándalo relacionado con una relación homosexual que mantenía. Oyendo la sinfonía y conociendo la triste suerte de su autor, parece tratarse de un testamento musical como si fuera una extensa nota explicando la propia muerte.


Su primer movimiento de tempo lento, una secuencia identificada como “Adagio - Allegro non troppo - Andante - Moderato mosso - Andante - Moderato assai - Allegro vivo - Andante Come Prima - Andante mosso” te deja clavado en el sitio hundido en la tragedia de la inminente e ineludible muerte. El consuelo, el mirar otras facetas de la vida, rememorar, prometer, rezar... todo se agota ante la llegada de la muerte. Es como si dijera “mira, cuando llega el momento de la muerte, no hay hostias que valgan”. El movimiento comienza con un sombrío tema interpretado por un lúgubre fagot, el aviso de la muerte que enseguida es captado por el alma en forma de violas, clarinetes y oboes hasta pasar al resto de la orquesta, como si se acostumbrara a la tragedia que se cierne. Surge otro tema en el que la vida se intenta abrir paso, una hermosa canción, nostálgica y ligeramente melancólica que se eleva como una vana ilusión que se apaga lentamente. Y de repente, un brutal hachazo que surge como un relámpago unido al trueno que te sobresalta y desazona. Vuelven así las primeras notas de la sinfonía. Vuelve la muerte inexorable con toda su furia y su correlato de terror y angustia que poco a poco se van serenando, aceptando lo inexorable hasta apagarse en un final oscuro, con unas notas graves de pizzicato que semejan los últimos latidos de una vida que se extingue.

El segundo movimiento, Allegro Con Grazia, parece un vals roto. Como si el autor nos quisiera contar lo que ha sido su vida. Empezar una y otra vez, sin alcanzar la meta, sin conseguir las expectativas, tratado con el mimo de un ballet. 

El tercer movimiento, un Allegro molto vivace, me recuerda a su quinta sinfonía completa; algo que lucha por salir adelante, por crecer y desarrollarse a pesar de todas las trabas que impone la vida. A mí me da la impresión de que Tchaikowski está hablando de su homosexualidad que había terminado por asumir, musicalmente hablando, en su quinta sinfonía. Aparecen dos temas en pugna interpretados con un ritmo trepidante para, al final, imponerse victorioso a bombo y platillo, con toda la orquestación, aquel tema que una y otra vez intentaba desarrollarse. En ese momento desearía subirme en la silla y dirigir una orquesta, y al final levantarme de la butaca y aplaudir frenéticamente porque me he liberado, porque algo mío ha sido exorcizado y echado fuera.

Pero la sinfonía no ha terminado aún. No es momento de aplaudir ni de gritar “¡bravo, bravo!” como le pide a uno el cuerpo. No. Queda el cuarto movimiento, Adagio Lamentoso – Andante. Es el momento de partir. Otra vez dos temas en pugna, ahora la angustia ante la muerte que llega por un lado y el resignado consuelo por el otro. En un momento, la angustia llega a ser infinita, inconsolable, un lamento desesperado, y un amargo llanto que parece decir una y otra vez “quiero vivir”. Todo se extingue lentamente, las notas más graves de los contrabajos se imponen, a penas llega ya el consuelo, es la hora de abandonarse a la muerte inexorable e inminente que llega con unos últimos latidos marcados por los contrabajos, como en el primer movimiento. Y luego, el silencio, un silencio sobrecogedor que devora al propio silencio. Y quedas hundido en la butaca, sin fuerzas para aplaudir, degustando el sabor salado de las lágrimas que se deslizan hasta la boca.

Una y otra vez he vuelto hoy a escucharla, encontrando cada vez un matiz nuevo. Tchaikowski llega a mi alma como no lo hace ningún otro compositor. Su sexta sinfonía, Patética, no es para todos los días. Es para días como el de hoy.

Me duele el espacio vacío que ha dejado Leopoldo. Esta mañana llevaron su cuerpo a la morgue, con toda discreción, evitando el revuelo. Pero pude ver como ponían su cadáver en una camilla tras embutirlo en un saco blanco inmaculado. No lo podía creer. Ayer se había despedido y me dejaba el recuerdo de un “encantado de haberle conocido, señor Walker”. No lo supe entender.

Leopoldo no quería vivir, desposeído de su pedestal y de sus vestimentas de hombre probo y honrado. Degradado públicamente como un oficial cobarde ante su tropa. La tenacidad de su deseo de morir fue más fuerte que nada y que nadie. Todos creían que dormía. Pero por la mañana, estaba muerto en su cama. Oí decir a un discreto cuidador que hablaba a voces con otro que le encontraron un calcetín en el fondo de su garganta. “Cuando llega el momento de la muerte, no hay hostias que valgan”. Vuelvo a escuchar la sinfonía desde el principio, suena lúgubre el fagot…

20 de abril de 2013

OCURRENCIA DELIRANTE XXIX


Domingo, catorce de abril. Hemos acabado de cenar y ha entrado ya el turno de noche. Germán llega a la sala de televisión:

- Buenas noches a todos – puño en alto - ¡Salud y República!
- ¡Salud! – le contestó Domingo, un cuidador que va de sindicalista.

Leopoldo me dirigió una mirada triste y vacía:

- Si con eso se arreglaran las cosas…
- No estaría mal… parece que el monarca ha perdido el debido respeto a sus súbditos y esto empieza ya a necesitar un cambio, ¿no le parece?.
- ¡Vaya… me decepciona usted, señor Walker… le creía más sensato!
- Hombre, no me negará usted que el país está nadando en la mierda y que haría falta una bocanada de aire fresco ¿no?.
- Ya… eso es lo que hacían en el Palacio de Versalles, porque entonces la gente se ponía a hacer sus cosas en cualquier rincón o pasillo y acababan de mierda hasta el cuello, entonces el rey decidía mudar la corte a otro ala del palacio, hasta que se volvieran a llenar las reservas de mierda…
- ¿Sí?
- Es que en aquella época barroca eran muy guarros, no crea usted.
- Bueno, pues aquí empieza a hacer falta algún cambio, mudarnos a otro ala…
- ¡Tonterías, señor Walker, tonterías!
- Hombre… no se me ponga así…

Leopoldo estuvo un rato callado mirando hacia el suelo. Germán seguía con su alegato republicano, cantando a pleno pulmón una antigua versión del himno de Riego:


Si los curas y frailes supieran
la paliza que les van a dar,
subirían al coro cantando:
"Libertad, libertad, libertad!"

Si los Reyes de España supieran
lo poco que van a durar,
a la calle saldrían gritando:
"¡Libertad, libertad, libertad!"

Un hombre estaba cagando
y no tenía papel
pasó el Rey Juan Carlos Primero 
y se limpió…

- ¡Basta ya, Germán! - Increpó Leopoldo puesto en pie de modo repentino a Germán y a Domingo que le hacía los coros.

Germán, como si nada, continuaba con la música del himno

- Pachín pachín pata chin chin…

Leopoldo volvió a sentarse algo compungido

- Discúlpeme, señor Walker, discúlpeme…
- No se preocupe… cada uno tiene su modo de pensar y eso es muy respetable.
- Sí, sin duda… pero yo no soy monárquico, que quede eso muy claro ¿eh?.
- ¡Ah!, entonces…
- Mire señor Walker, no me dirá usted que es tan ingenuo como para pensar que quitando a este y poniendo a otro en su lugar, se van a arreglar las cosas.
- Igual, sí, hombre.
- ¿Sí? ¿Cree usted que los banqueros dejarían de sangrar al país?, ¿Qué los empresarios mostrarían respeto por los trabajadores en vez de explotarlos?, ¿que los trabajadores cumplirían con su trabajo?, ¿que los políticos serían fieles a los electores y dejarán de venderse al mejor postor?, ¿que desaparecía toda esta repugnante corrupción?... ¿y todo por quitar a este para poner al otro?. Desengáñese, señor Walker, la respuesta es NO. 
- Al menos a ese lo elegiríamos…
- Sí, lo elegirían los más tontos del país, ¡cojones ya!. ¡Igual que en Italia!, ¿no se da usted cuenta?, ¿quién nos da a elegir?, ¿quién pone en nuestras manos la suprema capacidad de elegir entre la mierda y la porquería? 

No conocía la vehemencia de Leopoldo en estos temas y me quedé un poco cortado.

- No se excite, Leopoldo…
- Perdone, señor Walker, perdone… perdone. – Hizo una pausa cabizbajo – Mire, podremos cambiar de capataz, pero no de amo.
- Hombre…
- Mire, señor Walker… la gente con criterio tiene meditada y elegida una u otra opción. Y resulta que queda en mitad y mitad, así que la decisión acaba dependiendo de esos que llaman indecisos, esos que se declaran apolíticos y que se cansan de repetir tópicos entre vaso y vaso de vino y partido y partido de fútbol, o telebasura y telebasura; esos tontos del culo destinatarios de las soflamas políticas más apasionadas, esa masa que manejan politicastros, caciques, tertulianos, opinadotes, curas, obispos, periodistas de pesebre… ¿Ha oído usted decir algo interesante en algún mitin?, ¿no ve que hablan como si se dirigieran a retrasados mentales, no ve que buscan los argumentos más viscerales para arrebañar el voto?. Pues esos idiotas son los que decantan la balanza y nos imponen a unos o a otros a los demás. ¡Esta mierda es la democracia, señor Walker!
- Hombre… ya, pero no se les puede quitar el derecho al voto sean lerdos o porque beban vino, o se droguen con el fútbol o la telebasura…
- No, desde luego. Pero no espere usted que pongan algo menos malo que lo que ahora hay.

Cartel de 1937 del Socorro Rojo de España, en plena guerra civil, que demuestra la continuidad con octubre de 1934Germán y Domingo seguían dale que dale con el himno de Riego contagiando su entusiasmo a otros inquilinos del frenopático.

- Mire, señor Walker, una república tampoco es garantía de mayores libertades. No olvide que el gobierno de la Segunda República Española envió al general Franco y otros en octubre de 1934 a reprimir la revuelta minera y aplastar la recién formada República Socialista Asturiana.
- Ya hombre, pero…
- ¿Conoce al poeta Antonio Plaza Llamas?
- No
- Mi padre me recitaba algunas estrofas de su poema “La vida”…
- ¿Sí?
- Sí… - decía mientras miraba hacia arriba con los ojos cerrados, evocando – puesto en pie, empezó a declamar, como tratando de apagar los cánticos republicanos que atronaban la sala:



En las necias bataholas
del mundo que tanto miente,
la gente empuja a la gente
como a las olas las olas.

Cada edad ¡oh contratiempo!
a quien la tierra se traga,
es una onda que se apaga
sobre los mares del tiempo.

Porque la vida, en verdad,
del hombre, reptil rehacio,
es burbuja en el espacio,
es nada en la eternidad.

¿Y la historia?... Ese vestigio
sólo enseña, por mi nombre,
que el hombre es mono del hombre
y un siglo plagia a otro siglo.

Hoy, como antes, diviniza
lo absurdo el hombre ¡qué horror!
y cuando cambia de error
sueña que se civiliza.


- ¡Caramba!
- Era un poeta mejicano de finales del siglo XIX, un hombre liberal, que debió acabar muy desengañado. Y hablando de repúblicas y monarquías decía: 



Al pobre le importa un mico
monarca o federación:
siempre es «carne de cañón»,
siempre es el burro del rico.

¿Os place ser libres? ¡Bravo!
Procurad que el oro sobre;
porque nunca es libre el pobre,
y nunca es el rico esclavo.

El que roba con trompeta
y asesina oficialmente,
gloria alcanza ante la gente
que lo adula y lo respeta.

¡Oh! cuántos de esos señores
que bastón de mando oprimen,
por el camino del crimen
han llegado a los honores.

¿Qué es un héroe en su grandeza?
ídolo de sangre lleno,
cuyo pedestal de cieno
viene a lamer la bajeza.

Mientras Leopoldo declamaba, Germán y el cuidador republicano enmudecieron por un instante. Germán hizo ademán de contestar algo a Leopoldo pero, finalmente, desisitió y volvió con el canto de la música del Himno de Riego

- Pachín, pachín pata chin chin…

Leopoldo, que se había sentado después de declamar estos versos, se puso en pie, me estrechó la mano y en un tono algo lúgubre me dijo:

- Me voy a la habitación señor Walker, encantado de haberle conocido.

Y me estrechó la mano.

- ¿Se va a ir usted, Leopoldo?
- ¿Eh…? ¡Ah, no, no… no…! Hasta mañana, señor Walker… ¡Ah!, le dejo un par de estrofas más:

Lo absurdo con lo divino
confunde el hombre a su turno,
y si derriba a Saturno
eleva a San Saturnino.

Yo diré a quien me pregone
el derecho de los reyes,
o que el pueblo da sus leyes:
toda autoridad se impone.

- Buenas noches, señores. – Y con paso parsimonioso se retiró a la alcoba

Dudo si unirme o no al festejo de Germán y Domingo, la verdad es que se me han quitado las ganas de fiesta.

27 de enero de 2013

OCURRENCIA DELIRANTE XXVIII

Tendido en la butaca, me encontraba viajando por el espacio sentimental, delante de una televisión que atronaba con un presunto programa de debate. Ajeno a la tan tendenciosa selección de temas y noticias, como al tratamiento interesado de las mismas, mi cabeza  se hallaba sumergida en la música de Tchaikovsky que me proporcionaba el cachivache electrónico y un par de auriculares. 


El segundo movimiento de su quinta sinfonía propone un paseo por el curso de una vida que una y otra vez se ve roto por lo inevitable, lo inherente, eso que mora dentro de nosotros, y que tan menudo desconocemos o no preferimos desconocer; eso que, en el momento más inoportuno, surge con toda violencia, quebrando lo que uno cree ser y es para los que le rodean. Dicen los entendidos que el bueno de Tchaikovsky expresaba así su difícil convivencia con su homosexualidad, para al final ensalzarla en el último movimiento de sinfonía. La música va fluyendo dulce y monótona, con altos y bajos hasta que irrumpen esas ocho notas con todo el dramatismo que aparece ensalzado por una armonía disonante y golpes de timbal que cortan la respiración del oyente. Y así, me hundo en ese conocido sentimiento que me acompaña desde hace tantos años y que ahora me ha terminado llevando a esta locura: esa horrible sensación de abandono.

Pero tras ese dramático corte, el tema vuelve a fluir, igual que la vida, como si se rehiciera de sus cenizas y… Y en ese momento, Leopoldo me toca en el hombro:


- ¿Qué le parece esto, señor Walker?


Me sobresalto ligeramente, apago el reproductor de música del teléfono móvil, me quito los auriculares y miro con cierta extrañeza a mi compañero de fatigas y locuras.


- ¡Oh, lo siento!... Lo siento mucho, señor Walker, creía que estaba viendo el debate…

- No se preocupe, Leopoldo… no se preocupe… ¿qué era lo que me preguntaba?

El debate giraba en torno a los pretendidos problemas que asolan al país, la corrupción, la sensación de expolio generalizado, la impunidad, el paro cada vez más asfixiante, el alarmante aumento de la pobreza y a modo de cortina de humo, las tensiones autonómicas, las gestiones de los políticos y la aparición de iniciativas de algunos sindicatos muy de izquierdas de “requisar” de un supermercado carros cargados con diferentes productos de primera necesidad como gesto de protesta ante el deterioro en las condiciones de vida de las clases sociales más desfavorecidas. Los sindicalistas justificaban esta apropiación ilegal como una “expropiación forzosa” ante una situación insostenible promovida por los grandes delincuentes financieros, responsables del desastre económico que vive este país – vulgarmente conocido como “la crisis” –  que, además se están yendo de rositas amparados por los loobies de poder económico, la inoperancia de eso que llaman “justicia” con la connivencia del partido del gobierno.


Mientras que estos sindicalistas contaban con cierta comprensión por parte de los presuntos bienpensantes de la izquierda, en el otro bando, el de los presuntos bienpensantes de derechas, se calificaba el acto como de “saqueo” y “robo con fuerza”, juzgándolo como plenamente delictivo y pedían que el peso de eso que llaman “justicia”, cayera sobre los autores de tal tropelía. Y a partir de esas premisas, el debate estaba servido.


- Yo no lo entiendo, señor Walker… no sé a dónde vamos a ir a parar a este paso

- La verdad es que la imagen de sindicalistas saqueando un supermercado rechina profundamente con mi modo de ver las cosas, Leopoldo. No lo puedo aprobar yo tampoco, por más que comprenda sus razones.
- Pero… ¡es que no se puede hacer eso!. De ahí a los disturbios sociales más duros, esos que acaban a tiros y con el ejército desplegado contra la propia población no hay más que un paso.
- Es cierto, Leopoldo. Pero, insisto, comprendo sus razones.
- Si le digo la verdad, señor Walker, en estos últimos años, todo ha sido un saqueo. Me refiero al mundo que he conocido, al de la banca: desde que entraron esos tipejos en el consejo de administración, fue como si una plaga de bichos dañinos que poco a paco devoraron todo el patrimonio y asolaron la entidad… para, al final, irse con unas indemnizaciones que da vergüenza mencionar, eso sí, con la ley de la mano.
indemnizaciones-cajas-de-ahorro[1]- Un saqueo completamente legal con la ley que ellos mismos hicieron, ¿no?
- Así es, señor Walker, un saqueo legal.
- Es  muy triste todo esto, Leopoldo y no provoca otra sensación que la de asco.
- Mire, señor Walker… unos con el amparo de la ley, vestidos de traje y corbata y otros como esos descamisados con el amparo de la razón, el caso es que sea como sea, todo lo que sea política acaba en saqueo…
- Tiene usted razón, Leopoldo, tiene usted razón… Pero al final, los que acaban saqueados somos gente como usted y yo.
- No le quepa ninguna duda, que las consecuencias del saqueo a la banca las acabamos pagando entre todos, igual que el saqueo a ese supermercado o ¿acaso cree usted que no repercutirán esas pérdidas en el precio de los productos que luego iremos a comprar?.
- Siempre pagamos los mismos.
- Este mundo es un asco, señor Walker, un jodido asco…
- Hombre, aún hay cosas que valen la pena, más allá del mundo de los juegos de poder y de las finanzas.
- Mire, señor Walker… aquí no hay más verdades que la de la vida y la de la muerte… y ya no estoy muy seguro de la primera.
- Verá, Leopoldo… yo antes creía en la vida, en el amor, en la muerte, en la lucha… y ahora… en fin, que todo esto me trae al pairo… sólo trato de buscar la belleza.
- Me temo, señor Walker que usted está tan loco como yo…
- O sea… igual de cuerdo que usted, ¿no?
- Algo así… concluye con un esbozo de sonrisa.

Al menos, hemos conseguido la tenue luz una sonrisa entre todas las sombras del bueno de Leopoldo. 


- ¿También usted creía del amor?... Tiene gracia… el amor…

- Ya… pero piense usted en la cantidad de cosas buenas y malas que se han hecho promovidas por eso que llaman “amor”, para muchos de nosotros ha sido esa luz que ha realzado las facetas de nuestra vida, eso que hacía que la vida mereciera la pena… ese aliciente para vivir o…
- ¿O?
- … o todo lo contrario, claro – Respondí tras examinar mi estado de derrota.
- O todo lo contrario, señor Walker. Verá… yo creo que tiene razón ese psiquiatra de la tele que dice que el enamoramiento es un estado de estupidez afortunadamente transitoria.
- Hombre… se han hecho muchas cosas por amor o por desamor… obras de arte, por lo general y algunas proezas.
- Una gilipollez, señor Walker. Una vana ilusión. Un regalo a nuestro egoísmo, sí, a nuestro egoísmo, pues el principal deseo es el de ser amado, más que el de amar, en fin, una capa de yeso para cubrir nuestras carencias. Y nada más. Como ya le he dicho, sólo existen la vida y la muerte… y no estoy muy seguro de la primera.
- ¿Por qué no está seguro de la vida, Leopoldo?
- Porque esta puta vida, no puede ser otra cosa que un mal sueño, una horrible pesadilla o un disparatado delirio de ese ente que llamamos dios y que Germán tanto maldice… y creo que con toda razón.
- Puede ser, Leopoldo, puede ser…

Nos quedamos en silencio mientras en el debate televisivo se entrecruzan sesudos y tendenciosos argumentos. Otros internos dormitaban en el sillón mientras que Alicia, presa de su inquietud, no paraba de ir de aquí para allá. Ya es tarde y el personal empezó a invitarnos a ir a nuestras habitaciones a dormir.


Ya en la cama reanudo la audición de la quinta sinfonía de Tchaikovsky, emocionándome con ese final en el que hace una hermosa exaltación de esas ocho notas, como si fuera un triunfo personal. Más adelante, compondría su sexta sinfonía, la llamada “Patética”, la que habla de la muerte y finaliza con unos latidos que se apagan, esa sinfonía que estrenó unos pocos días antes de que el artista se pusiera fin a su vida. La vida y la muerte. Y la lucha. Y el amor… y el amor, y el amor… 

Hoy prefiero quedarme con la belleza

23 de octubre de 2012

OCURRENCIA DELIRANTE XXVII


Al llegar a este despacho venía con la idea de contarte, querido lector, cualquier evento más o menos intrascendente sucedido recientemente en este frenopático, donde un día calca a otro día y el tiempo agoniza entre los muros.

Sin embargo, antes de encender el ordenador de la doctora Salazar, me he dedicado a curiosear en el despacho del doctor Fouce, que, por algún despiste, esta noche había quedado abierto. No he encontrado mi historial, que debe estar celosamente guardado bajo llave, junto con sus historiales; pero sí que he encontrado dentro de su carpeta de mesa una interesante carta dirigida a alguna revista científica.
 
Ha sido una dura pugna entre mi lado bueno y mi lado malo. Al final ha ganado el malo… o el bueno, ¿quién sabe?. Nadie puede asegurarme que el bueno del doctor, conocedor de mis incursiones nocturnas en la llamada "parte noble" haya dejado esta nota impublicable así, como quien no quiere la cosa, para que este inquilino de frenopático la haga pública en su blog. Reconozco que pienso como un paranoico, pero, al fin y al cabo, la paranoia es un modo peculiar de acercarse a la realidad, a veces más efectivo que el pensamiento sano.

En fin, he aquí su contenido:

Señores del Board:

Dirijo esta carta a la publicación que dignamente dirigen ustedes, agradeciéndoles de antemano su publicación y el interés que haya podido suscitarles.

Me mueve una honda preocupación por los derroteros que está tomando la psiquiatría actual y, de algún modo, quisiera inducir al hipotético lector a una honda reflexión a cerca del porvenir de nuestra especialidad en un mundo en el que la tecnología evoluciona a pasos agigantados. Pero por otra parte, quizá pretenda presentarme a mí mismo como caso clínico a debatir, pues empiezo ya a dudar de los contenidos de mi mente y me invade el temor a haber perdido la lucidez y la salud mental sin haberme dado cuenta. Así de grave parece esta problemática.

Comencé esta especialidad hace más de 25 años, aún joven y pujante en un reputado centro nacional bajo la dirección de una de las últimas figuras de talla de la psiquiatría nacional. Eran tiempos en los que un psiquiatra era un humanista y, a su modo, un filósofo, mucho más allá los alquimistas aficionados o banales necios de salón que pueblan las estructuras que rigen los destinos de nuestra especialidad aquí y en el extranjero. Mi formación era de tipo fenomenológico-existencial, con alguna eventual escapada a la teoría psicoanalítica y, por supuesto, una búsqueda de remedios eficaces siguiendo la marea de la llamada “Psiquiatría Biológica” tan pujante en aquella época.

Y así, con unas pocas ideas más o menos inexactas y un moderado bagaje de psicofármacos comencé el ejercicio profesional en el campo ambulatorio. La clínica parecía perfectamente clara, los diagnósticos fáciles de encasillar en los sistemas al uso (CIE o DSM) y la asignación del tratamiento farmacológico acudía a mi mente a medida que confeccionaba el historial. Parecía una ciencia exacta. Hasta que la evolución clínica de los pacientes que trataba puso en evidencia mi absoluta ignorancia a cerca de lo que estaba haciendo.

Nada era como en los libros. Cuadros leves que teóricamente tenían que revertir con el tratamiento empeoraban hasta llevar al paciente a una absoluta pérdida del control de su vida y precipitándole a una vorágine de degradación personal. De nada servían todos los esfuerzos, las escaladas terapéuticas ni los  consejos más o menos bien intencionados. Cada vez con más frecuencia el paciente acudía buscando un remedio rápido y a ser posible evitar tener que hablar sobre las causas de su malestar. El estatus de enfermo mental por el mero hecho de estar tomando psicofármacos parecía ampararle y apoyar en esa insensata carrera hacia la locura. Los sistemas de diagnóstico empezaron a resultar inútiles a la hora de encasillar el problema en una categoría, aunque ésta llegara a tener cinco dimensiones.

Por otra parte, la aparición de nuevos fármacos, con menos efectos secundarios fue llevando a un uso indiscriminado y abusivo de productos farmacológicos, creando unas expectativas de mejoría que raras veces se cumplían. La adopción de modelos teóricos de la enfermedad congruentes con las indicaciones reconocidas al fármaco y la progresiva masificación de la asistencia alentada por una eficaz campaña de “concienciación” a médicos y pacientes, a través de los diferentes medios de comunicación nos fue llevando a ver y tratar las patologías de un modo cada vez más superficial. Y el fracaso terapéutico se trataba de solventar con un más de lo mismo, hasta llegar a redactar listas de tratamientos ante las que sentía auténtica vergüenza a la hora de firmarlas. Mientras, la avidez del mercado, la presión publicitaria mediante el empleo de líderes locales, nacionales e internacionales que recomendaban tal o cual producto en burdas reuniones tipo Tupperware entre lujosas cenas e increíbles viajes, fueron contribuyendo, al menos en mi caso, a una mayor degradación profesional.

Nunca fui partidario de las microscopías; me parecían una abominable reducción de la realidad. Recientemente tuve dos colaboradores tan minuciosos en sus observaciones que terminaban sin poder ver el bosque pendientes de las ramas. Un biologicista, pendiente de la última interacción con el penúltimo receptor y un lacaniano que experimentaba un verdadero goce buscando el último significante oculto en el metadiscurso del paciente. Afortunadamente, ya los tengo muy lejos de mi servicio  donde no hacían más que entorpecer el funcionamiento y causar problemas con su absoluta inoperancia.

Un tiempo en hospitalización me hizo perder cualquier esperanza de curar. La cronicidad y progresividad de la enfermedad – sea la que sea –se ponía de manifiesto en sucesivas hospitalizaciones, de modo que día a día, año a año terminaba contemplando impotente un mayor deterioro psíquico en los pacientes que trataba, a pesar de la eficacia prometida en los nuevos y carísimos fármacos que iban apareciendo en el mercado. Un montón de esperanzas frustradas que nos iba empapando a todos, cargándonos de una amargura y frustración fuente de absurdos conflictos con el equipo por motivos pueriles que, a lo mejor, no supe manejar, perdido también en el propio bosque.

Ahora, entre las paredes de este frenopático y con más de veinte años a mis espaldas, resulta que cada día entiendo menos el fenómeno de la locura. Me siento completamente incapaz de encasillar en un diagnóstico la patología de algunos de mis pacientes – me doy por aludido – así como ayudarles de modo eficaz a abandonar esta locura en la que se hallan inmersos, creo que a veces voluntariamente.

Finalmente, las exigencias administrativas, los problemas internos, y las presiones de mercado están acabando de matar la vocación que un día tuve. El otro día me llegó una carta en la que se me comunicaba que no se me concedía visado a una receta porque el farmacéutico entendía que fraccionaba la dosis y en teoría el comprimido no se podía fraccionar. Además, son habituales los correos de Gerencia y Dirección Médica señalando cuántos genéricos recetamos o dejamos de recetar y cuánto gasto por receta.

Mientras tanto, los delegados farmacéuticos nos abruman y bombardean con estudios y opiniones de psiquiatras de prestigio a cerca del daño que estamos causando a nuestros pacientes con los tratamientos al uso y lo bien que podrían estar con este fármaco nuevo – que en realidad no es tan nuevo – tan caro, por más que los estudios de fármacoeconomía que ponen en nuestras manos avalan que lo caro sale barato porque se ahorra en hospitalizaciones y días de baja. Y todo esto para que después los de Gerencia y Dirección pongan el grito en el cielo porque les disparamos el gasto. Son cosas que poco o nada tienen que ver con la medicina y psiquiatría que un día estudié, pero que influyen en el ejercicio, de igual modo que influyen las políticas que rigen los destinos de este desdichado país en cuanto a valorar cada vez menos nuestra actividad.

Así que terminaría con estos versos del poeta que un día se llamó Neftalí Reyes, aunque firmaba como Pablo Neruda:

Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
Navegando en un agua de origen y ceniza.

El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.

Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.

Muchas gracias por su atención.

¡Vaya… vaya… vaya…! Como decía el dueño de un bar donde iba de joven: “Entrad y pasad, pedid y se os dará, que aquí hay hostias para todos”. Si no fuera más que un anónimo orate, me permitiría recomendar a nuestro querido doctor una buena terapia, aunque ¿quién me puede asegurar que el doctor no está en este frenopático en las mismas condiciones que Germán, Margarita, Leopoldo, Alicia o un servidor?. ¿Quién me asegura que nuestro venerado doctor no es otro demente más asilado dentro de los muros de este frenopático? 

26 de julio de 2012

OCURENCIA DELIRANTE XXVI


Germán irrumpió en la sala con un periódico en la mano.

-        Mira lo que me ha dado Pelusa, Walker
-        A ver, a ver…

Era un ejemplar de “La Razón” de hace unos días. La noticia de portada es una serie de elogios a las intenciones del ministro de eso que llaman justicia sobre los recortes (también aquí recortan estos) que pensaba aplicar en la actual legislación sobre la interrupción voluntaria del embarazo. Luego pasan a comentar la satisfacción existente en los círculos próximos a esto que llaman “Iglesia Católica” por este motivo, otra página ilustrando el caso de una feliz familia que decidió no seguir los consejos de los ginecólogos en este sentido y que el Señor les premió con el feliz nacimiento de un hijo rebosante de salud y energía que hacía cortes de mangas a todos los métodos de diagnóstico prenatal. Y a continuación unas sesudas opiniones de sesudos colaboradores sobre si “la consigna de la izquierda es tomar la calle”. Y ya no tuve estómago para leer mas.
 
-        La madre que los parió… estos ven bien la paja en el ojo ajeno y no ven la viga en el propio…
-        ¿Por qué lo dices, Walker?
-        Joder, porque protestan por que la gente sale a la calle a protestar y no se acuerdan de cuando salían los obispos ataviados con todos sus faldumentos y arreos episcopales presidiendo manifestaciones callejeras de rebañitos de familias cristianas, dispuestos a tomar la calle para protestar por la espantosa agresión que sufrían las familias ante la legalización de los matrimonios homosexuales y los cambios en la ley del aborto, entonces sí que estaba legitimado salir a la calle a tocar los cojones…
-        Hasta que les soltaron la mosca y dejaron de protestar
-        Como siempre…
-        ¡La puta que los parió!.
-        Y ahora están felices con la “gallardonía” del señor ministro y molestos con los trabajadores que protestan porque se ven obligados a vivir cada vez con menos.
-        Es que tienen que pagar sus deudas
-        Ya te digo…
-        Y ahora… ¿qué piensan hacer, meter en la cárcel a la pobre infeliz que decida deshacerse de un embarazo no deseado, o alterado?, ¿encarcelar a aquella que no quiera dar a luz a un niño enfermo y malformado?. ¿Encerrar a los médicos que la atiendan?. Ya se pondrán esos colectivos pro-vida a hacer la vida imposible aquí a todo dios.
-        Pues tenéis suerte de que aquí no estén los del turbante, porque si mandaran los imanes en vez de los curas, lo que harían sería coger a la tía en cuestión, enterrarla hasta las rodillas y reventarla el cuerpo y la cabeza a pedrada limpia – señaló otro inquilino.
-        Pues ya me imagino yo a estos pro-vida amontonando las piedras…
-        Estos de la sotana o el Yunque o su puta madre no escatimaron medios de comunicación, plataformas y mamadurrias para vocear consignas encaminadas a socavar a los otros y terminar metiéndonos a todos por el culo a esta panda de impresentables.
-        Y ahora, después de tanta ayuda recibida, tienen que pagar como chinos… ya ves lo que pasa… van y les eximen de impuestos, a esos no les recortan un duro y por si fuera poco, se ponen a legislar de acuerdo con los criterios del santo padre romano ese de los cojones.

Germán empezaba a alterarse visiblemente con esta conversación. Ya me estaba empezando a pesar haberla iniciado. Pero lo peor – claro está – estaba por venir.

-        Cagüendios, Walker, cagüendios…. ¡ME CAGO EN DIOS! Si aquí se les hubiera pasado por la guillotina como en Francia, esto habría sido otro cantar, pero no, aquí fuimos la puta reserva espiritual de Occidente, herederos del Sacro Imperio Románico-Germánico y unos putos quijotes arruinándonos hasta las cejas peleando por el puto dios ese de los judíos. Porque no lo olvidéis ¿eh?, que judíos, cristianos y musulmanes lamen la polla del mismo hijo de puta de dios…
-        Déjalo, Germán, no merece la pena.
-        ¡Claro que merece la pena, Walker, me cago en dios! – vociferó – o ¿acaso no sabes por qué tienen tanto interés en que nazcan niños a toda costa?
-        Dime, Germán – le dije con suavidad intentando calmarle.
-        Si nacen niños, como sea, esto se les llena de siervos, mano de obra para el capitalista, consumidores en potencia y ovejitas para estos hijos de puta de pastores… si se forman familias a toda costa, tienen cogidos por los huevos a padres y madres de familia, dispuestos a dejarse pisar lo que haga falta en pro del “pan de sus hijos”, y así están bien sujetos a cualquier cosa que se les antoje a los amos,  porque tú sabes, Walker, que aquí se cambia de capataz pero el amo es siempre el mismo… Si nacen niños con taras, mejor, así pueden hacer ver su puta caridad, y a lo mejor hasta se los follan sin riesgo de que se quejen después y pidan indemnizaciones, y eso en el mejor de los casos, o te crees tú que va a ir el cabrón del obispo a llevar dinero a la pobre familia que le caiga la desgracia de tener un hijo tarado o con un síndrome grave de esos a mantenerlo, si nacen niños desgraciados…
-        Vale, Germán, déjalo
-        ¡No me sale de los cojones tío! – cada vez más alterado – ¡Y has de saber que a estos hijos de puta les interesa que esto se llene de mal nacidos por un simple hecho de corporativismo, cagüendios!
-        Eso no lo entiendo Germán
-        ¿El qué no entiendes, Walker de los cojones?
-        Lo del corporativismo – le dije intentado mantener la calma todo lo posible.
-        ¡Pues es muy fácil tío, muy fácil!
-        Dime, anda…
-        Toda esta peste de curas, de carcamales, de cristianitos de los cojones, de pro-vidas de los cojones, de Torquemadas de los cojones, de abrazasotanas, chupacirios y meapilas, todos estos cristianos viejos, derechotes y fascistas de los cojones también, no son más que una panda de malnacidos e hijos de puta, y se oponen al aborto para que esto se llene de malnacidos e hijos de puta como ellos, ¡corporativismo, Walker, puto corporativismo, cagüendios!
-        Coño, Germán, no llames malnacidos a los pobres niños con taras, hombre…
-        Digo Walker, que esos niños no tenían que haber nacido, igual que tanto hijo de puta que nos hace la vida imposible. Ya ves, ¡hostias!, hay demasiado hijo de puta en este país como para que éstos quieran que haya más todavía. ¡Es puto corporativismo!
-        Germán, por dios, para ya de decir burradas, hombre

Con los ojos inyectados de sangre, Germán me agarró de las solapas del pijama y empezó a zarandearme con violencia mientras yo dejaba los brazos colgando e intentaba que se serenase.

-        Si digo que muchos de estos no tendrían que haber nacido, lo digo con todo fundamento y conocimiento de causa, cagüendios. Que yo soy hijo de puta, que yo quise ser cura y que un día yo trabajé para esta puta panda de cabrones…!

Y ya no pudo decir más. Aparecieron cinco enfermeros que lo sujetaron con firmeza y lo llevaron en volandas a su habitación. Ya sabíamos lo que le esperaba. Unos días de cama, correas e inyecciones.

Me siento mal por ello. No debí seguirle la discusión ni contravenirle, aunque es probable que se hubiera liado con otro inquilino. Tampoco entiendo por qué la tonta esa de Pelusa tuvo que darle este ejemplar de la prensa, sabiendo cómo es Germán y como responde a estas cosas. Ya sabemos que Pelusa es una mojigata que vive en su mundo, convencida de que esta iluminada por dios y que tiene que hacer apostolado cristiano para ganarse un mejor puesto en el cielo.

Sumido en estos pensamientos y en esta sensación de pesar, me tocan el hombro. Era ella. Su mirada, cargada de cólera fría reflejaba el malestar que había entre el personal del frenopático por el incidente que acababa de acontecer.

-        ¿Qué es lo que ha pasado? – Me preguntó.
-        Pues nada, que vino Germán con este periódico – le señalé un montón de papeles arrugados y medio rotos que yacían en el suelo, víctimas de la refriega – y…
-        ¿De dónde sacó ese periódico si puede saberse?
-        Bueno… él dijo que se lo había dado Pelusa…
-        ¿Pelusa?
-        Sí…

Arrugó la cara y puso una expresión a la que sólo le faltaban las palabras “esa tonta de los cojones tuvo que ser”.

-        Vale – Y salió como una exhalación al pasillo en dirección al control de enfermería.

Y en fin, uno que es muy curioso y amante de las peleas de gallinas, salió al pasillo a ver qué pasaba. Al poco la vi salir con Pelusa caminando hacia un despacho, ella con cara de pocos amigos y la otra con cara de compunción. Discretamente, como quien no quiere la cosa me acerqué a la puerta, con las orejas bien abiertas. Las voces salían con escasa timidez al pasillo.

-        ¿Se puede saber por qué le tuviste que dar ese periódico a Germán?
-        Hombre, pues como en un tiempo tuvo vocación, pensé que…
-        Pues ya has visto lo que ha pasado con tu genial idea. Que sea la última vez que se te ocurre…

Un cuidador me animó a seguir caminando y me cogió el relevo en la tarea de escucha. Está claro que Pelusa no cae bien en la planta. Es una sustituta que entró con mal pie. Pobre chica… Aunque no puedo evitar sonreír con malicia…